Pluma y Papeles por Alejandro Maldonado

Hasta ahora hemos hablado de la realidad compartida y el efecto de la fonética en las obras escritas, pero todavía hay al menos una herramienta clave pendiente de tratar para mantener plenamente el control de las imágenes que construyamos en nuestra obra: la asociación.

Por evidente que pueda resultar, los adjetivos bien utilizados nos permiten una gestión muy dirigible de las asociaciones creadas en el lector con nuestro texto, pero, ¿cómo podemos usarlos para que causen el efecto que queremos? Recordando la primera entrada de narración, hablábamos de cómo han afectado las nuevas tecnologías a la literatura y que no podemos mantener la atención del lector con largas descripciones como ocurría en la literatura del XIX por ejemplo, en su lugar hay que economizar, y esto aplica también a los adjetivos. Un texto sobrecargado de adjetivos creará una pantalla de información irrelevante que distraerá al lector del verdadero foco del texto en lugar de ayudarlo a entender lo que intentamos plasmar, por lo que debemos elegir muy bien cada adjetivo que empleemos cuando nos apoyemos en ellos para la narrativa.

Un juego asociativo muy directo y efectivo es el de los sentidos. La percepción es universal y tiene un vínculo muy directo con las emociones, en especial el olfato, ya que el estímulo olfativo va dirigido en el cerebro a la amígdala, responsable del almacenamiento y procesado de reacciones emocionales, y al hipocampo, que asociará el olor con un recuerdo concreto. Así, si buscamos crear un efecto claustrofóbico por ejemplo, podemos recurrir a la vista con adjetivos del tipo “estrecho”, “oscuro”, “angosto”, y al mismo tiempo podremos reforzar con el tacto creando ese clima emocional con otro juego de adjetivos como podrían ser “sólido”, “duro”, e incluso hacer referencia al olfato para plasmar con mayor claridad el estado emocional del personaje, hablando del olor húmedo y cerrado de una cueva o el olor a óxido de la sangre si buscamos un impacto más orientado hacia el miedo. Como habréis podido comprobar, si bien palabras orientadas a la vista crean una imagen clara, el olfato en cambio puede evocar de manera directa una imagen similar con la profundidad del ámbito emocional como refuerzo, lo que dará mucha más fuerza a nuestro texto.

Una forma de emplear la asociación es precisamente asociar palabras con la situación que queremos escribir, lo que sería el proceso inverso que hará el lector en nuestro texto, es decir, si queremos crear una sensación de miedo, pensar qué palabras vinculamos con el miedo, qué situaciones, qué ambientes y atmósferas, y a partir de ahí trabajar en nuestro texto.

En mi próxima entrada sobre cómo escribir profundizaremos un poco más en la asociación para reforzar las imágenes que queramos crear en nuestro texto. ¡No os lo perdáis!