En este día de lucha, de construir juntos todos un mundo más justo, de empujar por tantas cosas que se resumen en una: la igualdad de género; en este día único os dejo uno de mis primeros relatos escritos en segunda persona (podéis verlo en Historias de Bar y Otros Relatos), un ejemplo de lo que ninguna mujer debería vivir, y sin embargo, por desgracia sigue pasando.
Café y Tostadas
-¡Que no quiero¡ ¡Déjame tranquila de una vez!
-No vales para nada.
Él saltó de la cama y se dirigió a la puerta con pasos serenos, hasta cruzarla. Fue entonces cuando liberó toda su ira en un portazo que desencajó el pomo. Tú te erguiste con el estruendo, pero luego te dejaste caer deseando que la noche te ayudara a camuflar tus lágrimas.
Cuando despertaste, la luz de la mesita de noche estaba aún encendida. El colchón no se hundía a tu izquierda como algunas mañanas, ni olía a tostadas quemadas como otras. Esta vez no había vuelto.
Tras alguna que otra hora tumbada bajo el peso de la soledad, consigues levantarte y arrastrar tus pies hasta la cocina. No queda mantequilla en el frigorífico. Quieres volver a despertar y que venga por detrás de ti a abrazarte, y le esperas de cara a la encimera, pero no viene y las tostadas se enfrían. Te das la vuelta y te sientas a desayunar tus tostadas untadas en mermelada. Entre bocado y bocado te mientes diciéndote que te quiere y que volverá.
El café está listo. De camino a la mesa se derraman dos gotas sobre el suelo. Ves en ellas su mirada, pero sólo es café dibujando dos manchas que quedarán donde están durante al menos unas semanas, hasta que las pisadas sobre ellas logren borrarlas.
Vuelves a aquel primer día, cuando se acercó a ti en la parada de autobús con movimientos casi ortopédicos y se le trababan las pocas palabras que lograba encontrar. Despiertas. La alarma de tu reloj te ha despertado. Deberías estar preparada para salir ya, y ni te has duchado.
Te levantas. No hay tiempo para la ducha. Te vistes. Llegas tarde al trabajo. Metes el uniforme sin planchar en la bolsa. El móvil, las llaves, la cartera y un poco de maquillaje en el bolso. Oyes el autobús llegando a la parada. Se para. Corres. Abres la puerta y la cierras sin volverte. Tropiezas con algo. Es él, dormido a tus pies. Has perdido el autobús. Sonríes.